domingo, 27 de septiembre de 2009
Una noticia de alto vuelo
Hay una mezcla extraña flotando en el ambiente, hecha de emoción, cierto temor, y mucha alegría que se respira como el limpio aire. El cielo está de azul inmaculado: como un inmenso lago que invita a sumergirse.
Todo es sol y color en la pista de Aeroparque: globos aerostáticos se balancean despreocupadamente, y una pueblo de juegos inflables con castillos y toboganes se alza para recibir a los niños.
Por esta vez el rígido orden marcial de la banda se suaviza con los infantiles acordes que evolucionan por los aires. Es una paradoja que de esta formación tan uniforme y simétrica pueda surgir con tanta libertad la música que se expande en el ambiente. El aire se concreta a nuestro alrededor: toma formas y colores, se puebla de sonidos... todo aquí parece realizarse con esa etérea sustancia.
Sin embargo, en este mundo intangible como el viento, se concreta un sueño: 40 niños de Pilar Solidario podrán volar en un avión de verdad por primera vez en sus vidas...
La anfitriona, la princesa "Natalia I", llega del cielo y se pasea por la tierra como en un cuento de hadas. Personajes de fantasía bailan entre los niños, y los niños bailan al compás de su música preferida.
Pero la escalerilla ya está en posición: unos pocos escalones nos conducirán tan alto, tan alto en el cielo como jamás soñamos. Los asientos resultan grandes para pasajeros tan pequeños, aunque tal vez jamás albergaron tanta emoción apenas contenida por los cinturones de seguridad.
El avión carretea y se frena en la cabecera norte. Comienzan a rugir las turbinas protestando contra el freno que las sujeta. Finalmente, el cuerpo se nos pega al asiento y el estómago abraza emocionado al corazón que se acurruca a su lado. ¿Porqué los aviones tienen tan solo la mitad de las ventanillas que hacen falta? ¡Debería haber aviones para niños! Se amontonan las caritas curiosas contra los codiciados cristales y se multiplican los ojos asombrados como si cada pequeño encarnase alguna apocalíptica figura, aunque llena de ternura.
El vuelo es corto, pero la alegría duradera: quedará grabada en muchos corazones, se amplificará en el recuerdo de este día maravilloso.
Pero las emociones piden una pausa, y los cuerpos su alimento. Llega la hora de la merienda. Cansados y felices, suben ya los niños y sus más cansados y felices acompañantes al colectivo. Esa noche llegará el sueño: un sueño distinto, que llegó del país de la realidad.
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