lunes, 9 de junio de 2008

El valor de Junio: "El compañerismo", por Marcos Gaviola

Lo fui a visitar por Pascua, hace algunos años atrás. Todo me resultaba extraño: ominosas puertas de hierro que se entreabrían con una gruesa cadena, guardias de uniformes y rostros grises que nunca sonreían, alambradas altas que se sucedían en perímetros concéntricos… Gracias a una excepción del Director del penal de Villa Devoto, pude conversar con él largamente y con una vigilancia discreta, en una sala sin rejas de separación. Llevaba 12 años en la misma celda con los mismos 20 compañeros, y cursaba recién la mitad de su condena. Se me ocurrió comentar “seguramente se habrán hecho muy amigos”… Me quedó mirando con sus tristes ojos, miopes a fuerza de vivir sin horizontes, y me contestó: “aquí no existe la amistad”. Dentro del encierro de la celda, cada interno vivía encerrado en sí mismo.
La amistad nos hace libres: nos saca fuera del encierro en nosotros mismos. En este mundo preocupado por el medio ambiente se habla mucho de la biosfera. El hombre necesita una esfera de personas que lo contengan, una esfera de afectos en la cual pueda desarrollarse como persona.
El núcleo fundamental, la “cariñosfera” si me perdonas el vocablo inventado, es el ambiente familiar. Allí se desarrolla la persona de manera integral y natural. No hay sucedáneos posibles para la familia en la formación de los hijos: a lo sumo pueden existir paliativos, cuando el clima de cariño familiar falta.
Si ampliamos nuestra cariñosfera encontramos los amigos: esa red formada por vínculos a veces tan fuertes como los de la sangre. A lo largo de nuestra vida vamos ampliando esta esfera si somos capaces de irradiar cariño a otras personas. Con una misteriosa resonancia, nuestra capacidad de entregar cariño se multiplica en nuestros amigos.
Nos han dicho que el hombre es un lobo frente a otros hombres, y algunos incluso lo creyeron: se llegó a hacer un ensayo de construir una civilización sobre esa base. A la voraz relación establecida, se la llamó “competencia”: competimos ferozmente entre nosotros en la era de la Revolución Industrial, y todos acabamos perdiendo.
Entonces vinieron otros pensadores que echaron la culpa de todos aquellos males sociales al capital inflamado por el Capitalismo. Levantaron un muro de hierro rodeando sus fronteras para protegerlas: no de los enemigos de fuera sino de los ciudadanos de dentro. En su acotado universo decidieron fundar de nuevo el paraíso terrenal que llegaría luego de una devastadora lucha de clases, aunque esta vez fue Dios quien resultó expulsado. Y solo quedó devastación.
Un nuevo ensayo culpó de todos los males a los judíos, y el mundo explotó en pedazos. Cubiertos de hierro y del polvo de la tierra, los hombres desfilaron idénticos y anónimos rumbo a la guerra. Millones murieron, y nada bueno salió de ello. 55 millones de muertos lo atestiguan.
Fue Pablo VI el primero que comenzó a hablar de una civilización del amor. No es una frase emotiva, que evoque una utopía inalcanzable. La civilización del amor es un paradigma social que existe desde los primeros tiempos del cristianismo: Tertuliano en el Apologeticum atestigua admirado “mirad cómo se aman”.
Construir la civilización del amor es tarea fundamentalmente de quienes tenemos la responsabilidad de transformar la sociedad civil. A través del diálogo antes que del enfrentamiento, a través del respeto por las personas: la vida humana desde el momento mismo de la concepción y hasta la muerte natural debe estar signada por la ayuda solidaria y un ambiente de amor que fortalezca el vínculo social.
“Un fenómeno importante de nuestro tiempo es el nacimiento y difusión de muchas formas de voluntariado que se hacen cargo de múltiples servicios. A este propósito, quisiera dirigir una palabra especial de aprecio y gratitud a todos los que participan de diversos modos en estas actividades. Esta labor tan difundida es una escuela de vida para los jóvenes, que educa a la solidaridad y a estar disponibles no sólo para algo, sino a sí mismos” (Benedicto XVI, Deus Charitas est).
Cada uno puede vivir hoy un poco mejor la Caridad: en su hogar, en su trabajo. Cada uno puede preocuparse hoy por cultivar un poco más la amistad, dándose con generosidad. Antes de lo que muchos políticos pensaban, se derrumbó el muro de Berlín y cayó el telón de acero. El mal realiza su efímera tarea de corromper a las personas, pero cada persona que nace en este mundo, nace buena: abierta al amor. Y el mal debe recomenzar su tarea. Construir la civilización del amor, donde cada persona encuentre su cariñosfera es una tarea paciente pero no eterna: llegará antes, más y mejor de lo que soñamos.

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