viernes, 15 de agosto de 2008

La virtud de Agosto: "La Solidaridad", por Marcos Gaviola

Un sólido pilar solidario
Hace algún tiempo, tal vez un año atrás, presencié una escena conmovedora: acudí a Misa temprano, en una iglesia cercana a mi casa. Pocas filas delante de mí, una religiosa acunaba en sus brazos una bebita con gesto maternal. Me impactó la escena, y se me representó de alguna manera a la Virgen, Madre de Dios. Pero algo llamó mi atención en aquella bebita: cierta extraña postura de la cabeza. De pronto despertó, se incorporó sobre el hombro de la religiosa, y de pronto comprendí todo. Dos distantes luceros, ciegos y extraviados se abrieron en aquel rostro de una bebé que no me atrevo a describir. Se trataba de una joven religiosa del Cottolengo de Don Orione.
Hace algún tiempo un libro y una película planteaban un intrincado código que permitía comprender un oculto secreto en la Iglesia, misteriosamente escondido durante siglos. No pasó de ser una ficción que, durante algún tiempo entretuvo a los medios de comunicación y aburrió al público. Sin embargo, hay algo cierto: la Iglesia ha guardado siempre un gran secreto, un tesoro escondido y tan bien guardado: ni su mano derecha ha conocido lo que la izquierda ha brindado. Aquel día en la Catedral comprendí el gran secreto de la Iglesia: la Caridad.
Empleamos muchos nombres para referirnos a la Caridad, de acuerdo al ámbito en que la aplicamos: Fraternidad, Amistad, Compasión, Misericordia… son distintos nombres para esta única realidad.
Solidaridad viene del latín: soliditas significa una materia homogénea, de una misma e igual naturaleza, sin divisiones ni fracturas. No se trata de borrar los límites de la persona individual de manera de convertirse en un anónimo “Mr. Simmons”
[1], como pretendieron hacer los diversos colectivismos, transformando a la sociedad en “masa”. Se trata más bien de enriquecerse mutuamente con la individualidad de cada uno. La solidaridad es una relación de mutuo enriquecimiento: ambos términos dan y reciben, aunque ese mutuo beneficio se produzca en planos diferentes. Me gusta definir esta relación como “aproximación solidaria”: el mayor beneficio de esta relación es la contribución a perder los miedos, los recelos que llevan a situaciones de desconfianza y que cierran las puertas del diálogo. La confianza rota, destrama el tejido social.
Es mucho más que “hacer algo por los pobres”. En una sociedad sin pobres, la solidaridad seguiría existiendo puesto que consiste en reconocer que todos los hombres tienen la misma dignidad, y que el desarrollo de una sociedad se debe dar de manera proporcionada, comunicando los bienes como en un sistema de vasos comunicantes, donde cada uno recibirá los mismos bienes, a la misma altura de su dignidad, pero adaptándose a la forma del recipiente.
La solidaridad no es una forma de gratificación afectiva: una suerte de “golosina sentimental”, que se consume para percibir el dulce sabor de sentirse buena persona. Hoy más que nunca, en el contexto actual de nuestro país, la solidaridad debe ser una verdadera tarea profesional de ayuda inteligente a las personas: con un proyecto, con un plan de acción, con unos resultados comprobables. Sino la Caridad, se confunde con un sentimiento. La Caridad es una virtud, una nueva naturaleza para nuestra voluntad. Y hablar de voluntad, es hablar de esfuerzo y constancia. No son verdadera solidaridad las “impaciencias del corazón” que llevan a grandiosos gestos de desprendimiento, para regresar luego a la situación anterior. Es la constancia de los pequeños gestos lo que lleva en su rutina, a adquirir la solidaridad como una virtud.
Sobre la solidez de un pilar solidario se puede reconstruir la sociedad argentina.
[1] “Simmons y el nexo social”, en “Alarmas y Disgresiones”. G.K. Chesterton,

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