Responsabilidad: consecuencia directa de la libertad“Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer. Así pues, estaba pensando si el placer de tejer una guirnalda de margaritas compensaría el trabajo de levantarse a cortarlas, cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados. Oyó que el Conejo decía “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!”. Sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró, y echó a correr. Alicia, sin vacilar, echó a correr como el viento y llegó justo a tiempo para oírle decir: “¡Válganme mis orejas y bigotes, qué tarde se está haciendo para mi!” Adaptado de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll (1832 – 1898).
El reloj marca las horas y minutos de una vida que transcurre. Pero su mecánica perseverancia imperturbable nos avisa, tan solo, que la vida fluye como el agua de un rio de montaña: sin detenerse, veloz, dinámica. El reloj tan solo marca el instante presente, pero nunca nos avisa el tiempo futuro. Ese momento efímero del segundo que se escapa, ¿pasará como el agua sobre las piedras, sin dejar rastro?
Se nos escapan aquellos minutos que no dejan huella, que son los minutos del egoísta: el tiempo dedicado a nosotros mismos. Por el contrario, el tiempo que se da al servicio de los demás, paradojalmente es el tiempo que se conserva. El tiempo del servicio es el que llena biografías: recordamos la vida de personas abnegadas, no de personas egoístas. Pero, por sobre todas las cosas, el tiempo de servicio permanece intangible, conservado seguro como un capital que nos lleva al cielo. Servir es comprometernos. El servicio se asume, y engendra un compromiso cuya responsabilidad va creciendo a medida que lo ratificamos un día y otro con nuestras acciones.
Estamos acostumbrados a ver a quien sirve, como una persona de inferior rango y condición que realiza trabajos humildes para quien es más digno de respeto. En escritos antiguos, el término “sirviente” confunde su significado muchas veces, con el término “esclavo”.
Sin embargo solamente las personas libres pueden ser responsables de prestar un servicio. No es responsable el esclavo de las decisiones que toma su dueño. Pero quien sirve a los demás con libertad, carga sobre sus hombros una responsabilidad, cuyo peso será proporcional a la importancia de su servicio.
Para las personas, la responsabilidad es consecuencia directa de su misión. No podemos librarnos de la responsabilidad. Con el humor de el grueso autor inglés, podemos decir “No libre al camello de su joroba: puede estar librándolo de ser camello” (G.K. Chesterton, Ortodoxia). Una persona que no tuviese ninguna responsabilidad, se parecería más a un ser irracional que no es dueño de sus actos y por lo tanto que no es libre, que a un ser humano.
Por lo tanto, aquellas personas que se comprometen con sus responsabilidades, paradójicamente son las que ejercitan más su libertad. Esa es la verdadera libertad ejercitada y sana, saludable y fecunda, de quien encuentra en el compromiso con el servicio a Dios y a las demás personas, un amplio horizonte para desarrollarse: esa es la frontera de quien asume libremente los compromisos, y es fiel a su palabra.
Se nos escapan aquellos minutos que no dejan huella, que son los minutos del egoísta: el tiempo dedicado a nosotros mismos. Por el contrario, el tiempo que se da al servicio de los demás, paradojalmente es el tiempo que se conserva. El tiempo del servicio es el que llena biografías: recordamos la vida de personas abnegadas, no de personas egoístas. Pero, por sobre todas las cosas, el tiempo de servicio permanece intangible, conservado seguro como un capital que nos lleva al cielo. Servir es comprometernos. El servicio se asume, y engendra un compromiso cuya responsabilidad va creciendo a medida que lo ratificamos un día y otro con nuestras acciones.
Estamos acostumbrados a ver a quien sirve, como una persona de inferior rango y condición que realiza trabajos humildes para quien es más digno de respeto. En escritos antiguos, el término “sirviente” confunde su significado muchas veces, con el término “esclavo”.
Sin embargo solamente las personas libres pueden ser responsables de prestar un servicio. No es responsable el esclavo de las decisiones que toma su dueño. Pero quien sirve a los demás con libertad, carga sobre sus hombros una responsabilidad, cuyo peso será proporcional a la importancia de su servicio.
Para las personas, la responsabilidad es consecuencia directa de su misión. No podemos librarnos de la responsabilidad. Con el humor de el grueso autor inglés, podemos decir “No libre al camello de su joroba: puede estar librándolo de ser camello” (G.K. Chesterton, Ortodoxia). Una persona que no tuviese ninguna responsabilidad, se parecería más a un ser irracional que no es dueño de sus actos y por lo tanto que no es libre, que a un ser humano.
Por lo tanto, aquellas personas que se comprometen con sus responsabilidades, paradójicamente son las que ejercitan más su libertad. Esa es la verdadera libertad ejercitada y sana, saludable y fecunda, de quien encuentra en el compromiso con el servicio a Dios y a las demás personas, un amplio horizonte para desarrollarse: esa es la frontera de quien asume libremente los compromisos, y es fiel a su palabra.
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