“Cuando yo era niño vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro. Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón…
-Sí – le dije al principito – ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les embellece es invisible.”
Antoine de Saint Exúpéry, “El Principito”.
Cada persona encierra en su propia naturaleza, un tesoro de singular valor y belleza. A veces resplandece la personalidad, o bien es opaca y sin gracia; puede deslumbrarnos su inteligencia, su voluntarioso esfuerzo, sus logros… o bien desconcertarnos su apatía, su falta de ánimo o su mediocridad. Aún en cada persona encontramos una ambigua constitución de belleza y fealdad de su personalidad.
Pero no me refiero a las cualidades evidentes cuando hablo del tesoro que encierra cada persona. No es más digna de respeto la persona encantadora y cordial, que esa otra que tiene un carácter terrible. Siempre hay algo, aún en medio del desierto: un secreto invisible a los ojos. La simplicidad de los trazos del dibujo precedente nos desconcierta a la vez que nos causa admiración: pues hay algo invisible en él, es mucho más lo que nos dice que lo que nos muestra.
El amor por esa dignidad oculta en la misma y misteriosa naturaleza de cada persona, engendra el respeto: por uno mismo y por el otro. Respetarse y respetar a los demás es buscar y amar aquella imagen y semejanza con Dios que anida en el corazón de todos los hombres. Por eso debemos andar con contemplaciones: contemplarnos y contemplar a los otros con admiración.
Debemos respetar a la persona integral: el cuerpo, los afectos y sentimientos, las ideas y las creencias propias, y de las otras personas que conviven y trabajan junto a nosotros.
Cuando se pierde de vista el respeto por la dignidad de cada persona, se construyen muros para separar unos hombres de otros, se llenan los campos de refugiados, se vacían los campos de concentración con la misma cruel frialdad con que un inescrupuloso vacía de vida el vientre de una madre, se experimenta con la vida humana y se decide la vida o la muerte de los inocentes, se manipula la información o se convierte al hombre en compulsivo consumidor. Se ha perdido de vista el misterioso valor de cada persona. Se ha perdido el respeto, pues se ha enfriado la Caridad.
El respeto es una virtud que debemos ejercitar en nuestra vida cotidiana: es una manera de transmitir el mensaje de la dignidad de las personas. Cuando dominamos nuestro temperamento –tanto las personas irascibles que por todo se enojan, como aquellos extremadamente sensibles y que por todo se ofenden -, que es la batalla más difícil que debemos pelear, estamos dando testimonio de respeto. Hay tres grados de respeto:
En el plano biológico: la preocupación por la salud, la higiene o el vestido propio o ajeno.
En el plano afectivo: la buena educación, la cortesía y afabilidad con que nos relacionamos con otras personas.
En el plano espiritual: la educación, la corrección a quien se equivoca, el consejo a quien vacila o se encuentra afligido.
Tal vez esté mejor expresado en el listado que sigue.
Obras de misericordia corporales:
1. Dar de comer al hambriento.
2. Dar de beber al sediento.
3. Vestir al desnudo
4. Visitar a los enfermos
5. Asistir al preso
6. Dar posada al caminante
7. Sepultar a los muertos.
Obras de misericordia espirituales
1. Enseñar al que no sabe.
2. Dar buen consejo al que lo necesita.
3. Corregir al que se equivoca.
4. Perdonar las injurias.
5. Tolerar los defectos del prójimo.
6. Consolar al afligido.
7. Hacer oración por los difuntos.
“Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me parecía que nada más frágil había sobre la tierra. Miraba a la luz de la luna aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento y me decía: “lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible…”
Para ampliar sobre esta virtud:
http://es.catholic.net/familiayvida/154/203/articulo.php?id=1303
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