¿Virtud sin orden? -¡Rara virtud! (San Josemaría Escrivá. Camino, n 79.)
Sobre las rígidas reglas del pentagrama, trepan y se apoyan notas musicales en libre armonía. Van saliendo de la pluma del compositor, van surgiendo de su alma con vibrante libertad. Pero, ¿qué sería la música, si no tuviese la sólida estructura del pentagrama? ¿Qué sería el pentagrama vacío de sonidos?
A veces asociamos la virtud del orden a una cierta rigidez que parece competir con la espontánea creatividad de los afectos. Sin embargo, una vida sin orden es como una música sin pentagrama.
El orden nos ayuda a ser libres. Como el canal conduce la espontánea vivacidad del agua dándole dirección y sentido, el orden proyecta la fuerza espontánea de nuestra creatividad para que sea fecunda.
Las plantas, los animales, los planetas, se dejan conducir por las leyes que rigen su conducta con espontánea confianza. Una manzana cayó sobre la cabeza de Newton para advertirle que existía una ley. Vivimos sujetos a la tierra por la ley de gravedad desde que el primer hombre enriqueció el mundo con su presencia. Sin embargo esta ley esperó siglos para revelar su identidad.
Cumplimos las leyes de la naturaleza con la misma espontánea confianza con que un pequeño pájaro se arroja al vacío desde su nido. La naturaleza no sería posible sin leyes. Sin leyes chocarían los planetas; no se pondrían de acuerdo las plantas, el sol, la lluvia y la tierra para alimentar a los animales; se mezclarían los colores creando un mundo monótono y uniforme. No podríamos vivir en medio del caos. En realidad es el caos el que nos impide ser libres.
Las personas que quieren ser libres, atan su conducta a la ley. Como ata el jardinero un rosal trepador al soporte que le permite desarrollarse espléndido. La primera ley que rige nuestra conducta, dice así: “haz el bien, evita el mal”. Las personas que hacen el bien, son personas libres.
Buscando el orden nos encontramos con la libertad. El tiempo se ordena, y entonces soy más libre: soy puntual, respeto el horario que me he fijado para cada cosa, realizo mis tareas hoy y ahora, y entonces estoy haciendo todo lo que quiero. El impuntual es menos libre, puesto que no gobierna el tiempo y el tiempo se vuelve en su contra.
No significa que debamos circunscribir la vida a la cuadrícula de un papel milimetrado. Explica Antoine de Saint Exúperý, que en una obra en construcción reina el orden pues existe un proyecto, aunque haya ladrillos y bolsas de cemento apilados por varios lugares junto con herramientas en uso. Debemos tener un proyecto de vida, vivirla de acuerdo a la ley moral, y guardar un orden material que esté al servicio de ese proyecto.
Una persona puede ser ordenada, aunque no recuerde dónde puso las llaves del auto: prioriza las cosas importantes en su trabajo, en su familia, en su vida. La caridad impregna sus actos, y organiza su día pensando en servir a Dios y a los demás. Eso es el orden más importante. Luego deberá luchar un poquito para dejar las llaves siempre en un mismo lugar.
Las virtudes se adquieren por repetición de actos. No es ordenado quien, cada tanto, realiza una campaña de orden, sino quien todos los días deja cada cosa en su lugar. Eso vale para mi amigo, el que pierde las llaves.
Te invito a repasar esta virtud, sin atarte a las pocas ideas de este bosquejo, sino buscando en tu vida el orden: en los afectos, en tus actos, y en tu vida.
Cuida tus pensamientos/ porque se volverán palabras. Cuida tus palabras/ porque se volverán actos. Cuida tus actos/ porque se volverán costumbres. Cuida tus costumbres/ porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter/ porque formará tu destino. Y tu destino, será tu vida. (Ghandi, Caída).
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